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miércoles, 8 de diciembre de 2010

No hay mejor rugido que el de un corazón hambriento

De repente la opinión de los demás pasa a un segundo plano, y los consejos aprendidos se los lleva el viento. Te pones al borde de la piscina, ignorando el resto, y saltas. Saltas con ganas, de cabeza, sin saber si estará llena de agua esperándote, o completamente vacía. La caída duele, pero no te das por vencida. Esperas ahí abajo una señal, un algo, cualquier cosa... y lo esperas porque eres incapaz de irte a ningún sitio. Te deja de importar que digan que estás loca y vas en busca de una misión imposible, que al fin y al cabo es eso: imposible. Aprendes a sufrir en silencio y te acostumbras a los palos, poquito a poco, día a día. Él también se acostumbra a que seas tú la que siempre pierde, y se abstiene de darte el lujo de ganar de vez en cuando. El tiempo pasa cada vez más lento, y sin quererlo acabas dependiendo de una droga que sabes que es completamente perjudicial para ti. Lo único de lo que estás segura es de que le necesitas, de que es él quien esconde tu felicidad. Esa preciada felicidad que llevas muchísimo tiempo sin saborear, la quieres, quieres que vuelva. Cuando te das cuenta que los únicos momentos en los que eres completamente tú son con él... entonces, estás perdida. Sí, te has enamorado.

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