A quién no le ha pasado alguna vez. Odias tanto a una persona hasta el punto que la quieres con locura. ¿O era al revés? Crees que no la necesitas, pero es la última persona en la que piensas por las noches. Sabes que le has hecho daño y piensas "Lo repetiría una y otra vez", pero no es así. Porque cuando te acuestas y tu cabeza reposa encima de esa almohada, no puedes dejar de llorar pensando en lo que has hecho, en lo que en realidad sientes, en lo que NO PUEDES dejar de sentir. Y te duele también pensar en lo que esa persona te ha hecho y en lo que no te ha hecho. Quiere ser tu amigo, sí, ¿pero a qué precio? Sabe que no lo has olvidado, y eso te vuelve loca. Tienes miedo a hablar con él, a verlo, a quererlo como siempre. Te vuelves huraña, le gritas, le insultas, le criticas delante de sus amigos y de los tuyos. Y aun así puedes ver la compasión en sus ojos cada vez que os cruzáis. Un sólo segundo te basta para observar que él no te ha olvidado tampoco, aunque sea en un modo diferente al tuyo. Tu mirada roza su piel y sientes otra vez que el corazón te late a mil por hora, que el estómago se te encoge, que se te seca la boca, que te mareas y te tiemblan las piernas. Aunque ves cariño en sus ojos sabes que no siente lo mismo que tú. Ya no. Y vuelves a querer odiarlo, a criticarlo, a hacerle la vida imposible, a morder la almohada por las noches. Como si eso fuera suficiente para que él vuelva a tu lado. Como queriendo decir "Eh, aquí estoy, puedo valerme por mí misma, no te necesito". Pero sabes que no es así. Que no puedes por ti mismo. Que no puedes odiarlo por mucho que lo intentes. Y aunque lo hayas insultado, ofendido, criticado mil y una veces él sigue estando con los brazos abiertos, esperándote. Porque no quiere perderte. Y sólo necesitas oír un "No te vayas, por favor." Aunque sólo sea porque necesita tu amistad.
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